Confinada en mi fortín,
lejos de la urbe ruidosa,
no se me ocurre otra cosa
que escribir algo, por fin.
A ratos cuido el jardín
o me dedico a hacer pan,
una mouse, helado, flan
o trabajos manuales,
asuntos más bien triviales,
que tampoco son mal plan.
Y es que pretendo evitar
un contagio innecesario,
es por eso que a diario
me mato a desinfectar
todo lo que he de tocar.
Uso mascarilla y gel,
y no traspaso el dintel
de la puerta de mi casa,
así, entre cuece y amasa,
al virus no doy cuartel.
¡Vaya bicho malnacido
que nos tiene en jaque mate!,
el ánimo nos abate
y lo deja compungido.
A ver, ¿de dónde ha salido?
Estábamos tan felices
inflándonos a perdices
cuando apareció un mal día,
a robarnos la alegría
y a tocarnos las narices.
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