Irredenta devota de las clásicas,
escribo liras, décimas u octavas;
la estrofa me da igual:
una silva, un soneto, un madrigal…
todas resultan básicas.
Me supone una mística experiencia
encontrar la cadencia
y hallar la rima justa;
calzarla como un guante
y aguardar expectante
a que otra idea cruce mi cabeza.
A ratos son las musas compasivas
y alivian mi torpeza
mas, veleidosas por naturaleza,
en otras ocasiones son esquivas.
Pero no me impaciento:
manteniendo actitudes positivas
me bato contra el ritmo y el acento
para que encajen a la perfección,
y me da un subidón
cuando el poema doy por concluido;
de júbilo me inunda un estallido
y me desbordo de satisfacción.
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